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La imposibilidad de evitar un acto terrorista

Terror en Mali: los terroristas sólo liberan a los rehenes que reciten el Corán en árabe
25/11 – 11:00 – El tema del terrorismo en el mundo, ha sido motivo de largos ensayos, interminables investigaciones y profundos estudios sociológicos, que recalan en las más elaboradas teorías, algunas interesantes y otras desopilantes. Lo cierto es que el terrorismo como tal y los atentados con cargas dirigidas, popularmente llamados “ataques suicidas”, cuentan con aspectos básicos que les dan ventajas a sus planificadores, algo que el crimen masivo o selectivo o los denominados “magnicidios” de la época de los 60, 70 u 80 no tenían, al menos en la magnitud que se ve hoy: el desprecio por la vida del ejecutor. (Por Rubén Lasagno)

De acuerdo a los antecedentes históricos que se tienen, los ataques suicidas o atentados con cargas dirigidas (transportadas), son imposibles de evitar. Generalmente, en estos casos, se trabaja sobre las consecuencias y no sobre la previsión. Los dos factores más importantes que maneja el terrorista son la clandestinidad en la que se mueve y el factor sorpresa que está absolutamente a su favor.

Todo país debe tener un aparato de Inteligencia altamente profesionalizado y una conducción de Fuerzas altamente cohesionadas, equipadas y debidamente coordinadas, para poder detectar la incubación de cualquier actividad terrorista. Esto, claro está, no se puede escindir de una política especialmente dedicada a combatir el terrorismo, pero a su vez con la suficiente interacción diplomática y de colaboración técnico-informativa, con los países del mundo, con capacidad de intercambiar datos y hasta operaciones simultáneas, en caso de ser necesario.

El terrorismo es un ejército en las sombras y rara vez, casi se diría que nunca, las fuerzas “legales” de un país, pueden combatir a estos criminales, sin asumir una gran cuota de responsabilidad y tomar a su cargo tareas tan pesadas como complejas, que en el sentido más estricto, van en contra de la libertades individuales y colectivas de ese país. Es, entonces, en el estadío de las acciones clandestinas que desarrollan los terroristas, que un país a través de sus mecanismos de prevención, puede detectarlos y desactivarlos, pero el universo de posibilidades es tan grande, que difícilmente se logre una tarea eficiente o al menos en gran porcentaje no se alcancen los objetivos propuestos. NI hablar si todo transcurre en un país que no está altamente tecnificado, al tope de las comunicaciones y con fuerzas organizadas y dedicadas al terrorismo y antiterrorismo.

Debemos pensar que los mismos franceses, cuyo lema es “Liberté, égalité, fraternité”, sufren hoy los resultados de la enorme contradicción en la que el terrorismo les propone entrar a uno de los países más libres del mundo, quien, para encontrar a los asesinos yihadistas y evitar un nuevo atentado, tiene que avasallar el mundo íntimo, familiar y personal de millones de franceses, quienes ven literalmente violada su intimidad y menoscabados sus derechos individuales.

Pero la pregunta es ¿Cómo encontrar un elefante blanco en medio de una manada de elefantes blancos, si no es buscando entre los elefantes blancos? Y aquí comienzan a hacer chisporroteos los planteos moralistas de aquellos que por años han sostenido que el Estado no puede ni debe incursionar en la vida de las personas y el Estado que pone por delante el interés colectivo al individual y acciona en consecuencia. Los ejemplos más notorios son las acciones que emprendieron EEUU, Alemania, España, Inglaterra o Francia, luego de cada acción terrorista que sufrieron. Pero ese detalle de cómo y hasta dónde llegar para asegurar la detección y el castigo a los responsables, será materia de otra nota. Hoy nos quedaremos, exclusivamente, a analizar si es posible o no detener un atentado terrorista.

Es importante diferenciar un atentado o magnicidio, llevado a cabo por un sicario o por un mercenario, que el acto terrorista llevado adelante por un mesiánico loco, un fundamentalista religioso o como en este caso por los Yihadistas, porque mientras en los dos primeros prima el motivo de matar de las más diversas formas (disparos, bombas, etc), por la obtención de una gratificación monetaria, en el segundo grupo las causas son absolutamente distintas, en general suelen ser racistas o religiosas. Por lo tanto, mientras el sicario o el mercenario, cometerá el atentado pero buscará ponerse a salvo, los otros se inmolarán junto con sus víctimas y aquí radica la gran diferencia, por lo cual se hace prácticamente imposible que un acto suicida pueda llegar a prevenirse. Casi siempre se actúa sobre el hecho consumado; es decir los efectos o las consecuencias, nunca la advertencia.

En los dos primeros casos, tanto el sicario como el mercenario, hacen tareas de inteligencia previas, pero dentro de la planificación del ataque consideran como regla primaria, la conservación de su vida, por lo tanto, no redactan ningún plan de ataque si en el mismo no está contenida, con la misma exactitud que el abatimiento de su blanco, la ruta de escape para ponerse a salvo.

Esto, aunque no parezca claro en un principio, porque el fin de cualquiera de los mencionados en matar a otro, hace una gran diferencia para quienes deben investigar, detectar y detener a los ejecutores de un crimen múltiple, un magnicidio o un acto terrorista como el que vivimos en Argentina, los que día a día hay en el Líbano, en Beirut y ahora, se expande en el mundo occidental.

Una persona que se constituye literalmente en una bomba ambulante, cargado con explosivos y un pequeño detonador en el bolsillo, es indetectable para cualquier fuerza de seguridad, aún las más sofisticadas y mejor pertrechadas. El terrorista suicida no necesita de ningún tipo de logística, en general quienes lo hacen han sido instruidos para el armado del ingenio, con elementos casi rudimentarios y al alcance de cualquiera en un supermercado o en una ferretería. La mayor logística será, entonces, la provisión de la célula del material explosivo, en su mayoría plásticos (C-4, Semtex. PETN, etc). El suicida solo debe llegar al lugar elegido para producir la detonación y no lo alienta ningún instinto de preservación, lo cual, muchas veces a un sicario o a un mercenario, le puede hacer cometer equivocaciones fatales para su misión.

Inclusive hoy, donde los explosivos sintéticos o plásticos, como los referidos, han reducido considerablemente el volumen de la carga (se pueden modelar como la “plastilina” con las manos y ocultarla), haciéndola a su vez mucho más letal y más estables (no detonan hasta que una carga eléctrica no la atraviese por los detonadores), el transporte de la misma se hace mucho más disimulado entre las ropas y a menos que existan indicios claros (delaciones, nerviosismo, cacheo o palpado, mala cobertura del explosivo, actitudes sospechosas del terrorista, etc) que alerten a los profesionales de la seguridad, encargados de detectar estas señales, el hombre o la mujer que lleva la carga, cumplirá exitosamente su misión en el 99% de los casos, tal como muestra la estadística mundial en este sentido.

Los países que más experiencia tienen y donde, tradicionalmente, una forma de matar es a través de cargas dirigidas y/o transportadas en hombres, mujeres e inclusive niños u adolescentes, por caso la región de Magreb y Medio Oriente, no han podido aún consolidar un sistema eficiente de detección de estas verdaderas “mulas de la muerte” como se las dá en llamar allí y que siembran el terror en cualquier lugar y a cualquier hora. Allí, las fuerzas oficiales de urbes y capitales como Abuja, El Cairo, Nairobi y Islamabad, Bagdad, Mosul o Ramadi (éstas asientos yihadistas) han desarrollado más que las tecnologías, aspectos de observación humana y en muchos casos, el estudio de las conductas ha logrado detener e interceptar muchas de estas cargas dirigidas; sin embargo, la locura de quienes van decididos a explosionarse (en al mayoría de los casos bajo efectos de un cóctel de drogas), hace que se detonen en el momento de la detención (caso reciente en París), por ese motivo las fuerzas especiales, en estos casos, montan un operativo para aislarlo y lo abaten con un disparo de francotirador a larga distancia.

Para finalizar, el terrorismo es de muy difícil extracción del mundo contemporáneo por sus intrincados problemas sociales, políticos y religiosos que imponen; pero en la historia del terrorismo queda demostrado que la única forma de minimizarlo, además de fortalecer la detección y supresión de su logística en cualquier país del mundo, es la infiltración y destrucción de sus líderes y los bombardeos masivos de sus guaridas. Esto, aunque parezca drástico, es la única forma de anular o minimizar el poder de fuego (momentáneamente) una célula de este tipo; y decimos que momentáneamente porque siempre va a resurgir otra con el mismo o mayor fanatismo en algún reducto del Medio Oriente. El otro objetivo es cortarle las fuentes de financiamiento. El Isis basa su poder en la venta de petróleo a precios irrisorios, porque su objetivo es acumular capital no hacer negocios y lo vende a países cómplices de estas acciones, muchas veces los mismos que sufren estos mismos atentados.

Así fueron las operaciones “El Dorado Canyon, contra Kadafy”, “Gerónimo EKIA” la operación y nombre que se usó para confirmar la muerte de Osama Bin Laden; el operativo entre Libia y EEUU, los operativos contra Irak para apresar a Sadam Usein; el más reciente para matar al lider argelino de Al Qaeda Mojtar Belmojtar, o el perpetrado por Francia para destruir las células yihadistas en Siria. Drásticas, brutales y fuera de los márgenes morales humanos. Así de horrorosa es la guerra de estos tiempos. El terrorismo no tiene códigos y los Estados que ejecutan estas políticas, suelen justificar sus acciones, poniendo delante el valor social-colectivo al de los grupos de acción terrorista. Una encrucijada dialéctica, ideológica y moral en la que se ve inmersa la humanidad en estos últimos 40 años y sobre la cual se han escrito cientos y cientos de libros. El terrorismo ha crecido en número y sofisticación y lo peor, se ha insertado socialmente en los países, donde incuban su germen, no ya utilizando sus propios cuerpos sino logrando capar sujetos de la misma nacionaliza; algo del traspasamiento cultural bosquejado y plasmado con bastante nitidez ya en 1996 en la obra “El Choque de Civilizaciones y La Reconfiguración del Orden Mundial” de Samuel Philips Huntington. (Agencia OPI Santa Cruz)

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