27/04 – 10:50 – En el edificio había información de varias causas. Sospechas sobre espías echados y la Policía.
Por Claudio Savoia
“Esa base tiene más de 25 años de antigüedad”, cuenta a Clarín un agente de inteligencia de Gendarmería (los “sapitos verdes”) que ahora no trabaja en el servicio activo pero reportó en la casona ultrajada anteayer. “Ahí se hacía inteligencia criminal. En mi época éramos unas setenta personas, pero ahora serán unas cincuenta. Igual, a la hora en que entraron la mayoría de la gente está haciendo actividades de calle”, explica. Efectivamente, cuando los dos ladrones llegaron, redujeron al guardia y se llevaron tres pistolas Glock y una Beretta, el celular del vigilante y una radio. ¿Era lo que buscaban?
El camino tiene acá su primera bifurcación. Según dos fuentes de la fuerza consultadas por Clarín, en la “cueva” de la Gendarmería había poco más que papeles viejos y salas de reuniones, repartidas en dos plantas y un subsuelo de muy difícil acceso, porque está separado por una sucesión de puertas de seguridad en escaleras y espacios comunes. “Sólo una computadora, pero sin información sensible. Las máquinas que tienen información seria están en las oficinas de arriba, y no pudieron llegar. Abajo sólo está la guardia -el único lugar al que accedieron los ladrones-, el garage, los baños, depósitos de librería y repuestos.Todo lo operativo funciona arriba. Y lo sensible, en una caja fuerte”, dice el memorioso espía.
Pero hay otras versiones, más inquietantes. “En Deán Funes se hacen “reuniones núcleo”, con gente de distintas dependencias”, dice a este diario un ex agente de la SIDE. “Hay una sala cofre, en la que se guardan datos confidenciales. Esa sala está en el subsuelo, no en el primer piso”. Esta otra línea argumental inscribe al edificio como una sede de Contrainteligencia, actividad menos inocente y muchas veces menos legal.
“Ahí estuvieron las pericias de la causa Nisman y también del atentado a la embajada de Israel”, sigue el experimentado -y muy conectado- espía. “Pero también había -¿hay?- papeles de otra causa en trámite muy caliente, que involucra a policías federales y en la que estaría mencionado un barrabrava famoso. “Esa causa la tiene el juez Rafecas. Y la va a jugar para acomodarse en el juicio político que avanza en su contra”, desliza el agente. Otro dato: el jefe de la Policía de la Ciudad, José Potocar, está preso por una investigación iniciada con el testimonio de un gendarme.
“Hay una gran interna”, ratifica otro oficial de inteligencia de la Policía Federal. “Gendarmería se especializó hace años en hacer pericias; invirtieron mucho tiempo y personal en eso. Eso genera celos profesionales y comerciales, digamos.” El policía también aclara que, con los cambios en varias fuerzas de seguridad -no siempre por motivos profesionales, asegura- se tocaron cajas y kioscos cuyos damnificados habrían reaccionado: “Hay una pelea de mafias y de servicios. Ahora el espanto unió a los despechados de Gendarmería, Policía y Ejército. El robo fue una operación de los servicios”, afirma la voz.
Una inmejorable fuente de Gendarmería negó que en la base robada hubiera documentos judiciales importantes, aunque admitió que allí se guardaban antes los datos del experimento de espionaje interno ilegal conocido como Proyecto X. “Nosotros rompimos todo eso, y vaciamos el lugar. Creemos que los ladrones fueron agentes que despedimos, pero no desechamos una conducta de otra institución”, dice, para que se entienda que habla de la Policía. “Igual, vamos a ir hasta el fondo, tanto respecto de los autores materiales como los intelectuales”. Suena a vendetta. (Clarín)