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Macri premió a los leales, Cristina neutralizó a los disidentes

08:40 – El cierre de listas confirmó y reflejó la polarización del mapa político nacional en todo sentido. Mauricio Macri y Cristina Kirchner , los verdaderos dueños de los espacios con más chances de aspirar a la presidencia de la Nación, impusieron sus criterios contrapuestos en la definición de las candidaturas. Ambos dejaron heridos, desplazados o sometidos.

Por: Claudio Jacquelin

Mauricio Macri anticipó desde el momento en que eligió como compañero de fórmula a Miguel Angel Pichetto el criterio que impondría en la definición de las restantes candidaturas, concluida anoche con mano firme y numerosos heridos.

“Yo lo aprendí en Boca y lo vengo comprobando desde entonces, la política siempre premia a los que te complican las cosas en vez de premiar a los que te las facilitan. Yo decidí cambiar eso y por eso lo elegí a Pichetto”, explicaba el Presidente a sus allegados en los días previos a la presentación de las postulaciones definitivas.

Cristina Kirchner, por el contrario, sumó y dio lugares más que relevantes a dos dirigentes que no sólo “le complicaron las cosas”, sino que hasta fueron férreos opositores suyos y denunciantes de su último gobierno, como Alberto Fernández y Sergio Massa . Un notable golpe de efecto. No mucho más.

El objetivo de la expresidenta, quedó claro, no fue sumar pluralidad, sino diluir amenazas y neutralizar desafiantes que pudieran restar votos decisivos. Sin relegar ni un ápice de poder y capacidad de control. La preeminencia absoluta de La Cámpora en el armado y los candidatos que rodearán a Fernández y Massa lo certifican. El desviacionismo o la diferenciación tendrán límites precisos. De volver el kirchnerismo al gobierno, la política agonal estará en su máxima expresión, propia de una dirigente que ama la confrontación tanto como la imposición.

En la Casa Rosada, la mejora en las encuestas de la última semana retempló los ánimos en los dos principales despachos. Fue un elemento decisivo a la hora de cerrar las candidaturas para los más leales de entre los propios. Los cuestionadores de la forma de hacer política de Macri y de Marcos Peña, como Rogelio Frigerio o Emilio Monzó , pagaron su audacia con la pérdida de espacios para los suyos. Los lamentos traspasan desde anoche las fronteras macristas. Para ellos las palabras de la hora son ingratitud y venganza por sus cuestionamientos.

Las críticas no encuentran eco en la racionalidad que impera en Olivos y en la jefatura de Gabinete. Allí exhiben como contrapartida la postulación del siempre díscolo Martín Lousteau. Una golondrina no hace verano, pero sirve para simularlo. Sobre todo si se concretara el interés que ha dejado trascender el propio Macri de sumar al economista a su equipo en un segundo mandato. Eso explica la inclusión de Mario Quintana como candidato a senador suplente. Eso reafirma la recuperación total del poder de Marcos Peña.

El privilegio de la disciplina en la acción y la homogeneidad determinaron el armado macrista. La zona de confort es, quizá mucho más que antes, el lugar deseado para gobernar en un eventual segundo mandato. Consenso por imposición, podría ser un buen eufemismo para definir el método. Una demostración, además, de que la mira está puesta, principalmente, en ese posible gobierno.

En el mismo sentido se inscribe la inclusión del viceministro del Interior, Sebastián García de Luca, en la lista de candidatos a diputados por la provincia de Buenos Aires, aunque fue ubicado en un lugar poco destacable. El delfín de Monzó tiene casi garantizado su ingreso en la Cámara baja para dejarle su lugar en ese soñado segundo gobierno del secretario general de Pro, Francisco Quintana, un peñista sin fisuras. Los portadores (sanos o no) del virus de la vieja política no figuran entre las primeras opciones para un futuro Gabinete.

En la nueva era, Pichetto es para Macri la antítesis de Massa. El tigrense es el arquetipo de “los que te complican la vida y te viven poniendo palos en la rueda”. El jefe del Estado lo admite ante quien se lo pregunte y disfruta de ampliar sus argumentos.

“Massa es el tipo que más obstaculizó las reformas estructurales que había que hacer. Cada vez que acordábamos con el peronismo federal él empezaba a dinamitarlo, haciendo juego con el kirchnerismo”, suele decir el Presidente para cuestionar y algo más a quien él bautizó con el demoledor apelativo de “Ventajita”.

Con su argumentación, Macri también busca explicar que Massa haya terminado rindiéndose ante el cristinismo, al mismo tiempo que le sirve para criticar a quien desde siempre intentó acercarlo o acordar con él: Emilio Monzó .

Son varios los testigos que han visto al Presidente dibujar en las últimas semanas un diagrama con el que grafica las artimañas del tigrense para reducir a la mínima expresión los proyectos de reforma que impulsó en estos años el Poder Ejecutivo y la falta de eficacia que le atribuye a Monzó para evitarlo. Al fracaso de esas leyes adjudica buena parte de los traspiés de su gestión, antes que a errores propios.

Con los hechos consumados del cierre de listas, ahora podría verse esa explicación como una justificación anticipada para la renovación del edicto de expatriación del aún presidente de la Cámara de Diputados y la erradicación de sus seguidores de las listas nacionales y provinciales.

La contracara de todo es Pichetto. En el almanaque de Macri hay una fecha marcada en rojo, el 19 de abril pasado. Es el día en que se disparó el riesgo país tras filtrarse la encuesta de Isonomía que lo daba perdiendo el ballotage. A la prédica del senador en Nueva York, sumado a la resuelta decisión de su equipo económico, le atribuye haber evitado otra corrida que podría haber terminado, como mínimo, con su candidatura.

“Pichetto entendió mejor que muchos de los nuestros. O al menos que no lo expresaban con la claridad y la contundencia que él lo hizo. En Nueva York con sus declaraciones contundentes de apoyo frenó en seco a los mercados cuando estaban por apretar el botón rojo. Eso permitió también que el FMI liberara de hecho las trabas para intervenir en el mercado cambiario”, suele relatar a sus interlocutores.

Massa es, por último, el elemento que termina por completar el universo de la política. El satélite que durante los últimos cuatro años orbitó en medio de los dos grandes planetas, con pretensiones de eclipsarlos, terminó siendo rechazado por uno de ellos y absorbido por la fuerza gravitacional del otro. Fin de ciclo para una trayectoria que ni la más moderna tecnología pudo prever y, mucho menos, explicar. Sólo le queda esperar un nuevo bigbang para recobrar centralidad.

La promesa del kirchnerismo de que podría presidir la Cámara de Diputados, no el Congreso, como dijo al explicar su claudicación, es un derecho a la expectativa, como las herencias, pero nada concreto. El tigrense no sólo debe esperar a que se concrete la derrota de Macri y el triunfo de la fórmula que construyó Cristina, sino, también, contar con que sus futuros pares acepten que los presida y lo voten.

Cerca de Alberto Fernández reconocen con crudeza y malicia esas contingencias: “Nosotros nos comprometemos a que, llegado el caso, lo nominaremos, después deberá conseguir los votos. Eso ya no depende de nosotros”.

Para reafirmar la eventualidad, los albertistas recuerdan (y los cristinistas celebran) que el hecho de liderar la boleta de la provincia de Buenos Aires, que es la que suele imponer los presidentes de la cámara, no augura el acceso a ese sitial. Recuerdan, por las dudas, que uno de los titulares más poderosos y longevos del cuerpo fue en tiempos del menemato el matancero Alberto Pierri, quien en su primer mandato no encabezó la lista de candidatos a diputado. Podría ser demasiado tarde para lágrimas.

Conclusiones de lo que dejó el cierre de listas en los dos principales espacios con aspiraciones y posibilidades de gobernar la Argentina en los próximos cuatro años. Macri premió a los leales, Cristina diluyó a los diferentes.

El cambio de piel del krichnerismo no permite augurar una transformación en su esencia. El macrismo promete seguir con lo hecho, pero más rápido. Para que nadie se confunda. (La Nación)

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