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La cifra de muertos y desaparecidos hunde a Beirut en la furia y la indignación

La magnitud de la explosión que voló por los aires decenas de edificios y dejó al menos 135 muertos ayer en Beirut, destruyó también el límite de tolerancia de los libaneses, sacudidos por el estallido y por la indignación ante lo que sintieron con todo su ser como el símbolo de la corrupción y la incompetencia de sus líderes.

Los rescatistas cavaron sin tregua entre los escombros de los edificios en busca de supervivientes de la poderosa explosión del martes, que envió una devastadora ola expansiva en todo Beirut. El siniestro dejó al menos 5000 heridos y decenas de desaparecidos, algunos de cuyos restos volaron incluso cientos de metros mar adentro.

Muchas de las víctimas eran empleados portuarios y de aduanas, así como gente que trabajaba en el área o que circulaba en sus autos por la zona costera. Los hospitales de la capital, confrontados a la pandemia del coronavirus, ya estaban saturados, y muchos heridos tuvieron que recorrer varios hospitales de las afueras de la ciudad hasta lograr que les abrieran las puertas.

Tras el shock inicial se sucedieron llantos de dolor, una indignación compartida y un exaltado malestar hacia toda la clase política por la explosión de 2750 toneladas de nitrato de amonio, una sustancia utilizada en la fabricación de explosivos que dormía en un depósito del puerto, sin los debidos resguardos.

El ministro de Salud, Hamad Hassan, dijo que cerca de 300.000 personas quedaron sin hogar después de que la onda expansiva destruyó fachadas de edificios y ventanales.

Se trató de la explosión más poderosa en asolar Beirut en años, una ciudad marcada por una guerra civil que finalizó hace tres décadas y que sufre por la crisis económica en medio de la emergencia por la pandemia.

El presidente del país, Michel Aoun, confirmó que la peligrosa sustancia causante de la explosión estuvo almacenada durante seis años en el puerto, un hecho que consideró “inaceptable”. “Estamos resueltos a investigar y exponer lo que ocurrió lo más pronto posible, para hacer responsables y develar la negligencia y sancionarlos con las penas más severas”, prometió el mandatario.

Negligencia

Una fuente oficial vinculada a las investigaciones dijo que la explosión ocurrió por “inacción y negligencia” de autoridades judiciales y municipales, que no hicieron nada para remover el peligroso material, decomisado en 2014 a un barco de carga que hacía escala en Beirut.

El barco de propiedad rusa, el Rhosus, llegó a Beirut en noviembre de 2013, rumbo a Mozambique. Funcionarios portuarios libaneses descubrieron “fallas significativas” en el barco y le impidieron continuar su viaje. Los funcionarios de aduanas habrían escrito al menos seis veces a los tribunales para ver qué hacer con ese material altamente combustible, pero no tuvieron respuesta.

El gobierno ordenó que los funcionarios portuarios involucrados en el almacenamiento o custodia del material fueran puestos bajo arresto domiciliario. También anunció un estado de emergencia de dos semanas en Beirut, sumida en una desolación que recordó los turbulentos años de la guerra civil de 1975-1990 que dividió la ciudad.

Elegantes edificios, distritos comerciales de moda y largos tramos del famoso paseo marítimo se redujeron a escombros. Algunos de los efectos más graves se produjeron en los arbolados barrios de Mar Mikhael y Gemayzeh, donde la explosión dañó algunos de los pocos edificios históricos que sobrevivieron a esa cruenta lucha de facciones.

Y mientras el presidente anunciaba que castigarían a los responsables directos, los libaneses de a pie, muchos del cuales perdieron sus trabajos y vieron sus ahorros evaporarse por la crisis financiera, lo hacían responsable a él y al resto de quienes dirigieron el país durante décadas entre la corrupción e ineficiencia.

“Esta explosión sella el colapso del Líbano. Realmente culpo a la clase dominante”, dijo Hassan Zaiter, gerente del Hotel Le Gray, en el centro de Beirut. El hotel quedó severamente dañado por la velocísima onda expansiva que se abrió camino a varias veces la velocidad del sonido.

“No nos merecemos esto”, dijo por su parte Riwa Baltagi, una joven de 23 años que ayudaba a sus amigos a recuperar objetos de valor de sus hogares demolidos.

A cada paso alternaban el dolor, la protesta y el hartazgo. Con la ciudad sin luz, pocos lamentaron sin embargo los daños en la sede de la compañía eléctrica estatal, otro ejemplo de la corrupción y la mala gestión oficial. Dadas las circunstancias, las actuales y las de siempre, nadie se extrañaba quedar a oscuras.

Tampoco estaba en sus prioridades que en Holanda, el Tribunal Especial para Líbano anunció el aplazamiento al 18 de agosto del veredicto sobre el asesinato del exprimer ministro Rafik Hariri, muerto en un atentado con bomba en 2005, otro hito en la historia de la infamia del país. La corte estaba por emitir el fallo este viernes en el juicio contra cuatro sospechosos vinculados al Hezbollah. (La Nación)

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