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Lujo y desfalco: comienza el mayor juicio penal en la historia moderna del Vaticano

Se reaviva el clima de guerra de los conservadores contra el Papa tras la explosiva carta

Se destaparán secretos inconfesables y hay que esperar revelaciones, golpes y contragolpes que pueden afectar al mismo Papa.

Por: Julio Algañaraz

Este martes inicia ante el Tribunal Supremo Vaticano un proceso penal que tiene por principal imputado al cardenal Angelo Becciu, destituido por el Papa como uno de sus principales “ministros”, el de la Causa de los Santos. Es la primera vez que esto ocurre en el Vaticano.

Es el más grande escándalo financiero de los últimos treinta años estallado en la Secretaría de Estado, centro de la Curia Romana que es el gobierno central de la Iglesia.

La magnitud del caso lo hace entrar entre los raros procesos históricos en el que se destaparán muchos secretos inconfesables y hay que esperarse revelaciones, golpes y contragolpes que pueden afectar al mismo Papa.

Jorge Bergoglio, que cumplirá 85 años en diciembre, sostiene que fue él quien destapó el caso porque hace falta terminar con la corrupción y las maniobras internas colosales que esconden estos casos.

Ante el presidente del Tribunal Supremo Vaticano, Giuseppe Pignatone, un ex alto magistrado judicial italiano a quien el Papa convirtió en el más importante personaje de la justicia vaticana, deben presentarse el cardenal Becciu y otros nueve imputados.

Tres de ellos son pertenecen al mundo de las finanzas vinculados a la Iglesia a través de este escándalo, que se inició en 2014 cuando el entonces Sustituto de la Secretaría de Estado, monseñor Becciu, decidió concretar una inversión de 200 millones de dólares en la financiación de un negocio petrolífero en Angola.

Se llaman Enrico Crasso, Raffaelle Mincione y Gianluigi Torzi.

Crasso llevaba muchos años como maniobrador financiero de las inversiones del Vaticano, canalizadas a través del Credit Suisse al que pertenecía Crasso, que era hombre de extrema confianza de la Iglesia. Mincione es un financista italiano multimillonario que opera en Londres y otras plazas. Torzi hace el mismo trabajo.

En 2014, cuando comienza esta extraordinaria historia en la que hasta el Papa es obligado a intervenir cuatro años después en una operación mantenida en reserva, hay dos fondos en la Secretaría de Estado con muchísimo dinero.

Las donaciones de los fieles

Uno lleva el nombre informal de Pablo VI y vale 200 millones de euros. El otro, muy importante, es el Óbolo de San Pedro, que en ese momento acumulaba 450 millones, engordado con las donaciones que los fieles hacen al Papa para obras de caridad.

Del fondo destinado a los pobres, destino que cumple solo el 10% del total, las fetas más nutridas son invertidas en el “sustento de la Iglesia”, porque el Vaticano vive en perennes dificultades. Acaba de anunciar que en 2020, año de pandemia, el rojo del balance llegó a 66,3 millones de euros.

Del Óbolo para los pobres salieron los 200 millones de euros que Becciu decidió destinar a la inversión petrolífera en Angola que prometía jugosos intereses.

Becciu ordenó ocuparse a su brazo derecho, el obispo Alberto Perlasca, que en el caso juega la parte del Gran Arrepentido que cantó todo ante los fiscales vaticanos y fue excluido gracias a esos servicios, también por el Papa, de las acusaciones muy graves de las que tenía que responder.

Perlasca consultó al financista de confianza, Enrico Crasso, uno de los acusados quien narró en un video especial de History Channel que fue a él a quien se le ocurrió llamar al financista matador Raffaelle Mincioni.

Comisiones ocultas

Según el Promotor de Justicia vaticano, Alessandro Diddi, quien con sus segundos produjo una acusación formal de 500 páginas tras juntar 29 mil páginas con las investigaciones, Crasso y otros imputados recibieron comisiones ocultas por esta iniciativa.

Mincione dijo que el negocio angolano no era bueno y propuso a cambio comprar un edificio grande, de su propiedad que había sido depósito de las tiendas Harrods, de gran valor en el corazón más próspero de Londres, en la avenida Sloane.

Aprobado. El financista Mincione armó la operación jorobando de entrada al Vaticano, que entró comprando acciones por 200 millones en su sociedad Athena. Intervino el Credit Suisse. Entrar en Athena, fácil es darse cuenta no convertía a la Iglesia en propietaria del palacio londinense.

Como pasaba el tiempo, hubo nuevas consultas y llamaron a Crasso. Dijo que era mejor comprar definitivamente y utilizar como intermediario a otro financista de asalto. Gianluigi Torzi preparó la próxima estafa.

Se firmó un contrato que contó con la aprobación escrita del cardenal Parolín, el “primer ministro del Papa”. La propiedad era ahora de la sociedad GUTT de Torzi, en la que la Iglesia acumulaba 30 mil acciones, mientras que el financista italiano contaba solo con mil. Pero, pequeño detalle, eran esas mil acciones las que tenían poder de compra. Las 30 mil del Vaticano no y por eso en realidad no valían nada.

En este desastre hubo varios personajes de la Secretaría de Estado que participaron. Como monseñor Mauro Carlino. Y Fabrizio Tirabasssi y otros que ahora estan en la lista de acusados.

Cuando se dieron cuenta que seguían sin ser propietarios del edificio comprado hacía cuatro años, en la Secretaría de Estado cundió el espanto. Torzi dijo que estaba dispuesto a arreglar, pero no gratis. Hasta llegó a pedir 30 millones de euros para desaparecer de la escena.

La sensación fue que había varios funcionarios que lamentaban lo ocurrido pero que en realidad recibían coimas consistentes de Torzi.

La intervención del Papa

De la preocupación se pasó a la desesperación. Y aunque parezca increíble, y casi casi lo es, se decidió acudir al Santo Padre argentino para que convenciera a Gianluca Torzi que tenía que largar la propiedad del edificio que a esta altura resultaba una inversión desastrosa.

En la Casa de Santa Marta, hotel interno vaticano donde se aloja, el Papa recibió brevemente a Torzi que estaba acompañado de discretos personajes vecinos a la iglesia que participaron de las negociaciones.

El financista se mostró arrogante ante el mismo pontífice. Reiteró que esperaba un reconocimiento concreto y al final, tras otro encuentro que hubo entre Torzi y el Papa, aceptó conformarse con 15 millones de euros.

Firmó y a esta altura la investigación estaba en marcha. El 22 de junio de 2020, en plena pandemia que mantenía cerrados los portones vaticanos, Torzi fue arrestado pero estuvo estuvo solo diez días tras las endebles rejas de la ciudad Estado.

El cardenal Becciu había sido nombrado en 2011 como “ministro” de Asuntos Exteriores, esa es la misión del Sustituto de la Secretaría de Estado, por el Papa alemán Benedicto XVI.

Lo confirmó en el cargo Francisco cuando lo eligieron Papa en marzo de 2013. Proveniente de la isla de Cerdeña, según las acusaciones de los fiscales vaticanos, Becciu se ocupó en Roma que a su familia no le faltara nada.

En el proceso deberá responder de varios gestos, en ayuda de sus hermanos y de una sobrina, en los que habría utilizado dineros de la Secretaría de Estado y de los fondos de la Conferencia Episcopal italiana.

Una extraña variante es la de un personaje que llaman “lady Vaticano”. Cecilia Marogna. Ella dijo que cumplía misteriosas misiones de inteligencia para Becciu.

Hizo varios viajes y pasó cuentas de gastos salados por ropa y objetos de las marcas más famosas de la moda. Explicó que se trataba de regalos que repartía por relaciones públicas. ¿Cual era su relación con el importante altísimo funcionario de la Curia, considerado uno de los más vecinos al Papa?

Esas ambiciones están destruidas. En 2018 Becciu abandonó la Secretaría de Estado. Su amigo el Papa, con el que despachaba prácticamente todos los días, lo promovió a “ministro”, titular del dicasterio clave de la Causa para los Santos, llamada popularmente “la fábrica de santos de la Iglesia”. Su destino manifesto parecía asegurado.

Pero tal vez algunos indicios recomendaban a Bergoglio quitarlo de la Secretaría de Estado.

Becciu se limita a decir. “Todo esto es el fruto de una maquinación urdida en mi daño”. El proceso, asegura, es la oportunidad para desarmar una operacion “en la que han inventado de todo sobre mi persona”.

“Está arribando la hora de la clarificación. El tribunal podrá constatar que las acusaciones son absolutamente falsas”. El cardenal cuyo título el Papa ha convertido en una cáscara vacía, afirma que las “oscuras tramas y falsas acusaciones” las contrastará en el proceso hasta demostrar su inocencia y la culpabilidad de los acusadores.

Algunas de sus palabras suenan a amenazas tipo “revelaré todo” y es evidente que apuntan muy en alto. (Clarín)

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