El 1º de mayo de 1982, la Fuerza Aérea Argentina hizo su bautismo de fuego en la guerra por las Islas Malvinas, contra la Task Force Británica. Y aquel día, entre las tantas historias de héroes argentinos anónimos que rescata la historia, surgió una que enmarcamos en palabras en esta nota, porque uno de aquellos soldados caídos en esa emblemática fecha para la Fuerza Aérea Argentina, tuvo un humilde mentor, un colaborador de la vida, un asistente de aquel héroe irremediable que hoy recuerda Daniel Herlein, una leyenda viviente de la aviación en la Patagonia, un ex piloto e instructor de la FAA que tuvo a su cargo la magna tarea de formar al Primer Teniente Eduardo “pituso” De Ibáñez, uno de los héroes de aquella jornada tan gloriosa como trágica donde perdió la vida junto a su navegante el Teniente Hipólito González, suceso que Herlein recuerda hoy para OPI, como forma de hacer un homenaje a todos los argentinos de aquella gesta que entregaron su vida por la Patria.
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El relato conmovedor
Sentado, con la tranquilidad que le es propia y natural, aquel hombre alto cuyas canas denotan la experiencia de vida que tiene como piloto con más de 12 mil horas de vuelo en la Patagonia y la especial participación que tuvo como formador de pilotos en la Fuerza Aérea Argentina e instructor de combate de la inolvidable generación que dio su vida en 1982, Daniel Herlein, un hombre que Santa Cruz tiene el honor de contarlo entre los escasos 320 mil habitantes, recordó aquella anécdota que nos contó, no sin que sus ojos brillaran húmedos ante aquel recuerdo emocional y profundamente humano.
“Yo me desempeñaba como instructor en la Escuela de Pilotos de Caza en la IV Brigada Aérea de Mendoza en el año 1979 como parte del Curso de Estandarización de Procedimientos para Aviadores de Combate (CEPAC) de la Fuerza Aérea Argentina y en la parte final me piden que como instructor más antiguo, ayude a sacar adelante a un alumno que por razones de fuerza mayor había quedado sin instructor y esa contingencia le impedía aprobar ese curso extremadamente exigente que demandaba tiempo y esfuerzo, necesario para aprobar el curso de Pilotos de Combate, trampolín para volar máquinas de combate, precisamente. Con mucho esfuerzo y dedicación aquel alumno pudo superar todas las dificultades de la intensiva actividad que requería el curso”
El alumno era el Primer Teniente Eduardo De Ibañez, apodado “Pituso”, apodo que ya traía antes de ingresar a la Fuerza. Me hice cargo de su instrucción. Esto ocurrió el 28 de diciembre de 1979.
Una vez que terminamos el curso e Ibañez aprobó satisfactoriamente todos los requisitos intensivos que le demandó su mejor atención y dedicación, el 12 de agosto de 1980 fue destacado en la II Brigada Aérea de Paraná, donde obtuvo la aprobación técnica y profesional como Comandante de los bombarderos Camberra y el 31 de diciembre de 1981, fue ascendido a Teniente.
Fue precisamente el 1º de Mayo de 1982, a casi un mes de iniciada la guerra de Malvinas, el día en que la Fuerza Aérea Argentina hizo su bautismo de fuego en el Atlántico Sur, que el Primer Teniente Ibañez como Comandante de un Camberra y llevando como navegante al Teniente Hipólito González, fue derribado en aquella primera acción de combate de nuestra FA y hoy, 42 años después, en este mes icónico y tan glorioso como triste, en medio del recuerdo de todos los argentinos que dieron su vida por nuestra bandera, mi emoción no se detiene, no la puedo regular, porque entre los primeros hombres que hicieron ese tremendo sacrificio por la Patria, está el Comandante Ibáñez, aquel hombre vital, alegre y esforzado que, humildemente, ayudé a forjar para que viviera como un piloto y muriera como un héroe”.
¿Qué pasó en aquella jornada?
Lo que sigue es una ficcionalización de las últimas horas del Teniente Ibáñez, basada en hechos reales de aquella trágica jornada en la que dos hombres argentinos, corajudos y sin límites, perdieron la vida para defender la soberanía argentina, que estaba en inminente riesgo.
“Hacía casi un mes que se había desarrollado la “Operación Rosario”, la toma incruenta de las Islas Malvinas por parte de las Fuerzas Armadas de nuestro país. Todos nosotros, apostados en distintas bases del país a lo largo de la costa patagónica, esperábamos la orden de entrar en combate. Todos los días nos levantábamos, desayunábamos, nos poníamos nuestro equipo de combate, chequeamos una y otra vez que nada faltara y esperábamos… entre la ansiedad, la expectativa y la decisión de enfrentar al enemigo donde fuera, sabiendo que detrás nuestro y de la bandera, estaban nuestras familias, padres, esposas, hermanos, hijos y amigos.
Yo viví la mayor parte de mi vida en Ciudad Evita, pero nací un 7 de abril del año 1957 en Las Lajas, provincia de Neuquén. Desde hacía un tiempo estaba apostado en la BAM Trelew a la espera de una orden para entrar en combate y tenía a cargo el Camberra MK-62 identificado como B-110, que junto con la escuadrilla “Rifle” conformada por dos máquinas similares, estaban prestos en la pista para despegar cuando el Comando lo ordenara.
A las 16:00 horas recibimos la orden tantas veces esperada como postergada. Debíamos despegar hacia las Islas Malvinas para evitar un desembarco inglés masivo, que preparaba la fuerza británica en franco ataque para lograr la recuperación del archipiélago.
Con la adrenalina que comenzaba a fluir en mi cuerpo, ordenando mis pensamientos (una vez más) y sabiendo que esta vez la salida era inminente, miré a mi navegante, recogimos las pocas cosas que no teníamos encima y mientras nos calzábamos el casco y recibíamos las órdenes, enfilamos presurosos hacia la pista donde los tres Camberras nos esperaban junto a los compañeros que también tomaban sus posiciones para aquella misión épica.
Nuestro avión era el Numeral 2, máquina B-110 y la escuadrilla se identificaba con el indicativo “Rifle”. A las 16:20 horas, la formación a nuestro cargo despegó de Trelew y enfilamos mar adentro.
El Camberra MK-62, era un viejo bombardero de origen inglés, tan pesado como inmaniobrable. Antiguos e incómodos y sin tecnología electrónica adecuada, le dábamos al enemigo demasiada ventaja. Debíamos volar bajo para evitar los radares ingleses e íbamos rasantes sobre el mar con riesgo de que el pesado avión se desintegrara y tampoco podíamos modular las radios para comunicarnos entre los numerales a fin de no ser interceptados por los Harriers que estaban dispuestos a derribar cualquier amenaza por mínima que fuera.
Los Camberras, eran bombarderos sin capacidad ofensiva ni defensiva, no llevaban misiles y sólo abrigaban en su vientre bombas MK de la segunda guerra que debíamos descargar sobre los enemigos que buscaban instalar una cabecera de playa.
Mientras navegábamos bajo un ruido ensordecedor de los motores y la tensión por mantener la máquina estabilizada a tan baja altura, desde el cenit dos Sea Harrier FRS-1 “se descolgaron” entre las nubes, sobre las presas fáciles que éramos la escuadrilla de Camberras, lentos y de vuelo bajo.
De un instante para otro, una sacudida fenomenal recorrió todo el fuselaje de la máquina, nos levantó de nuestros asientos y allí el intercomunicador con mi navegante, el Teniente González, estalló en mis oídos: ¡Nos dieron, nos dieron!, dijo mi compañero y una llamarada con humo denso comenzó a desprenderse de uno de los laterales y tanto el ala como los motores eran una masa amorfa de fuego y humo mientras en nuestros oídos, taladrando los cascos protectores, un ruido espantosamente quebradizo nos alertaba que aquello era el final de nuestro Camberra. Debíamos saltar.
El Harrier inglés ZX-451 había disparado un misil Sidewinder que impactó sobre el Camberra MK-62, unos 185 Kms antes de llegar a nuestro objetivo y como un águila herida de muerte, nuestra máquina colapsó, los motores daban sus últimos estertores, los timones dejaron de responder, los escasos instrumentos se bloquearon y la muerte del coloso era irremediable.
¡Eyectarse, eyectarse!, fueron las palabras que al unísono repetimos con el Teniente González y acto seguido, los cohetes bajo nuestras butacas dispararon la única posibilidad de vida que nos quedaba: el mar.
Desplegados nuestros paracaídas y atontados por el golpe, empezamos a caer sobre el agua helada en un mar de olas inmensas y allí comenzó a gestarse el final; nuestro final.
Perdí de vista a mi compañero, mi mente nublada y aturdida no podía pensar en otra cosa que flotar, aguantar y esperar. El Aviso ARA Alférez Sobral, recibió la orden de rescatarnos, pero los Harriers ingleses se lo impidieron.
Nosotros, quedamos flotando en la inmensidad del mar y con nuestras almas encomendadas a Dios, entramos en la eternidad y en la historia dolorosa y no menos gloriosa, de la nueva Argentina que comenzaba a nacer a partir de aquel año 1982.
En el mes de noviembre de 1983 la Cámara de Diputados de la Nación concedió a estos héroes, la medalla “La Nación Argentina al valor en combate”. (Agencia OPI Santa Cruz)
Que hermosa anécdota un abrazo para Daniel gran tipo
MUY LINDO RELATO
gracias a dios y a pesar de tantos años se los sigue recordando–el pais ha sido muy ingrato con estos soldados — una pena
Mi reconocimiento a estos héroes y felicito l ainiciativa de hacerlo conocerr
Que lindo recuerdo de nuestros heroes
gracias
Gracias Daniel Herlein por este recuerdo, gracias gente de OPI por esta nota.
Sigamos reavivando el recuerdo de estos Héroes Argentinos. Nuestro país necesita de estos ejemplos hoy mas que nunca.
Honor y gloria a nuestros Veteranos de Guerra y a los caídos en combate !!
Gloria y Honor al gran Señor Capitán, Dn. DANIEL HERLEIN. VGM. Mis respetos y admiración de siempre.
Alejandro Ariznabarreta – DNI 11693133.