No hay que creerles. La pelea de Grasso y Vidal o la de Máximo y Kicillof es política de barricada. Si Grasso y Máximo referencian el “peronismo”, ¡Qué poco queda de la doctrina!

(Por: Rubén Lasagno) – La expresión más certera puesta en palabras, de lo que sentimos, en relación a lo que pasa a nivel provincial y nacional con los “cuatros de copas” del peronismo/kirchnerismo es: ¡Me tienen podrido!.

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En Santa Cruz el gobernador Claudio Vidal (SER), quien debería estar más enfocado en cuestiones de orden institucional, salud, Educación y salarios, todos los días emite señales políticas en contra del Intendente de Río Gallegos Pablo Grasso (FPV) y éste último sale a cuestionar y denunciar al gobierno de Vidal como si fuera una verdadera oposición transparente y sana, pero se olvida de los antecedentes que lo preceden, tanto en su paso por el IDUV, como en la gestión del municipio de esta capital.

Ni uno ni otro son creíbles. No solo carecen de vuelo intelectual para ejercer una crítica bien fundamentada y consistente uno del otro, sino que carecen de autoridad moral para hacerlo. Inventan un chisporroteo político burdo y superficial, para simular que están enfrentados, pero no es un problema ideológico, sino de cartel e imposición de personalismos.

Claudio Vidal desde que llegó a la gobernación, usa el poder conferido para pasar viejas facturas impagas a quienes oportunamente no respondieron a sus requerimientos, cuando se desempeñaba al frente del Sindicato de Petroleros Privados. Hay dos casos paradigmáticos: el pedido de juicio político a la Dra Paula Ludueña y a un Fiscal de Caleta Olivia, un tema que tenemos en investigación y que abordaremos pormenorizadamente en un próximo informe.

Con este mismo ímpetu y usando su poder político, se ha enfrentado con Pablo Grasso desde que ambos hacían campaña y no pudieron arreglar sus negocios, debido a que ninguno quiere ser segundo; los dos pugnan por ser protagonistas. Pero ambos, pertenecen a la misma raíz partidaria. Vidal es un K reconstituido con partido propio que trata de establecerse como referente provincial y regional de “una oposición” nueva y Grasso un eterno kirchnerista reconvertido a peronista sui géneris, que busca encabezar la política provincial y arrebatarle la conducción al partido que está acéfalo y ser centro de las decisiones políticas en Santa Cruz.

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Los dos están “verdes”, pero en ese intento por tener más protagonismo que el otro, realizan acciones que los bajan de estatura, en vez de mostrarlos ante la sociedad como una potencial reserva para cambiar lo establecido. Claramente, cuando uno analiza los hechos, los discursos y las acciones de Vidal y Grasso, se da cuenta que no solo son lo mismo, aquello que creímos desplazar con el voto sino, además, hasta resultan peores.

Todas las semanas producen algunos titulares que simulan ser “una bomba”, pero quedan en el ruido y el amague. No avanzan en denuncias judiciales, acusaciones concretas, denuncias públicas con nombre y apellido, publicación de la documentación respectiva que pruebe los delitos o, en el caso del gobernador, resultados de auditorías que prometió y nunca hizo y si las llevó a cabo, los dictámenes están puestos a buen resguardo, porque nunca se conocieron.

Pablo Grasso, por su parte, hace exactamente lo mismo. Ataca con denuncias públicas y evita los juzgados, con lo cual reduce todo a un chisme de barrio y deja entrever que su reacción es producto de una acción política del gobernador y viceversa.

La pérdida de identidad y capacidad política

A nivel nacional pasa lo mismo entre Máximo Kirchner y Axel Kicillof, dos obedecedores compulsivos de la condenada ex presidente, que simulan pelearse, pero en realidad se están repartiendo el poder político entre la militancia diezmada que explosionó tras la caída del régimen de Cristina y Massa. No hay que creerles, hay que repudiarlos y castigarlos en las urnas.

Existe entre ellos un denominador común: la ordinariez y la baja calidad de los que pugnan por representar políticamente a un sector del peronismo, que en los últimos 20 años fue un transformers con cara de Néstor, primero, Cristina después y ahora (lo intenta en provincia de Buenos Aires) de Máximo.

Si Máximo Kirchner lidera el peronismo a nivel nacional o provincial, se entiende por qué la política argentina es de tan baja calidad y también da respuesta al triunfo de un out sider como Milei o Vidal.

La calidad de un grupo de poder se mide por sus dirigentes, cualquier movimiento político, partido o sector que lidere o pretenda liderar la política nacional y/o provincial, debe aggiornarse a los cambios radicales que han operado en la sociedad y se lo hicieron saber a la clase política, en las últimas elecciones.

Hoy ninguno de los partidos tradicionales (Peronismo y Radicalismo) tienen un referente de peso y el kirchnerismo autocombustionó en 16 años de gobierno, se demolió en la práctica y destruyó la doctrina peronista, el bastión que han levantado por más de 70 años, los admiradores del General.

Para salir de esto, deberían surgir líderes nuevos con un factor de conciencia democrática y social distinto y una moral renovada. Si Máximo Kirchner está considerado por el sector del peronismo, como representante de estos valores, sin duda el peronismo como tal va a desaparecer. Un ejemplo similar surge del Radicalismo con la figura incombustible de Martín Lousteau. 

SIn duda, la sociedad ha cambiado y ahora el cambio será forzado y traumático para esa clase política nacional y provincial que deberá entender la nueva consigna político/social que disparó el voto del año 2023. Y si las viejas estructuras no cambian o siguen insistiendo con viejas fórmulas y nefastos perdedores de los últimos años, seguirán apareciendo los MIlei, no por sus propias condiciones, sino por el rechazo que producen los líderes de barro, impuestos por las estructuras pero sin condiciones intelectuales, morales ni capacidad para conducir un club de barrio, como el caso práctico de el hijo de la viuda condenada. (Agencia OPI Santa Cruz)