La prensa, el último límite del poder


27/12 – 10:30 – En el corazón de lo que era la estancia de Rosas, San Benito de Palermo, se levanta el monumento a Urquiza, su vencedor en Caseros. Los descendientes del fusilado Dorrego debieron convivir por años con la estatua del fusilador Lavalle, emplazada frente a su antiguo caserón. La Revolución Libertadora arrasó con la quinta Unzué, residencia presidencial de los Perón. La venganza ha sido un poderoso vector de la historia argentina. (Por Carlos Pagni – La Nación)

Sería un error, sin embargo, suponer que el acopio normativo que está realizando Cristina Kirchner en estos días se reduce a ser el mero instrumento de un ajuste de cuentas. Ese dispositivo, cuya viga maestra es la intervención estatal en el mercado del papel, es hijo de una organización del poder que carece de equilibrio, y de una concepción conspirativa de la política.

La prensa suele estar acorralada allí donde no existen sistemas políticos competitivos. No es por azar que las denuncias que se escuchan en foros internacionales sobre restricciones al periodismo en América latina se refieren a Cuba, Ecuador, Venezuela o Bolivia, donde el poder es monopolizado por el gobierno. En los países que carecen de oposiciones desafiantes los medios son el límite final de la voluntad del que manda.

La Argentina adquirió con las últimas elecciones ese diseño. No porque el oficialismo haya obtenido el 54% de los votos, sino porque quien debería controlarlo quedó a 37 puntos de distancia. Para alguien que triunfa de ese modo, la tentación de suponer que no hay otra visión legítima que la propia puede ser irresistible. El Gobierno se concibe a sí mismo como el único intérprete del interés popular. El ejercicio de la crítica no es visto, entonces, como el derecho a expresar una interpretación alternativa, sino como la trampa tendida por quienes defienden intereses oligárquicos en contra de la felicidad general.

En su ejercicio más extremo, este intento por negar legitimidad a quien sostenga un discurso alternativo recurre a la imputación de un crimen de lesa humanidad. Para ese montaje, que utiliza una bandera de carácter universal como arma de uso selectivo, es imprescindible que quienes secuestraban goles hayan secuestrado antes personas. Es imprescindible que los hijos de Ernestina Herrera de Noble hayan sido arrebatados a padres desaparecidos. Aunque la Justicia no pueda probarlo. Y es imprescindible que la nueva ley sobre papel de diarios lleve como anexo la acusación de que Papel Prensa fue arrancada a sus antiguos dueños “en una mesa de torturas”. Aunque esos antiguos dueños lo discutan.

El kirchnerismo deja así de confrontar con la prensa para jugar un ballottage mucho más cómodo con la dictadura. Su democratización de la comunicación puede ser presentada, entonces, no sólo como la distribución más igualitaria de un capital simbólico, sino como la reinstalación de la palabra pública a la órbita del Estado de Derecho.

Este ordenamiento confunde aquello que todo sistema pluralista discierne: las reglas de validez -que quien consigue más votos administra el Estado- con los criterios de verdad.

Horacio González, con su habitual sentido del humor, jugó con ese equívoco cuando propuso a los panelistas de 6,7,8 que “inviten de nuevo a Beatriz Sarlo porque ahora tienen el 53,9% de los argumentos para discutir con ella”.

Lo que en González fue ironía, en la señora de Kirchner se vuelve convicción. La semana pasada, en la cumbre del Mercosur, explicó: “Las expectativas son fundamentales en economía. Si todos los días le estamos diciendo a la gente que las cosas van a ir mal, como uno puede ver muchas veces en los medios de comunicación -Rafael [Correa] y te concedo esto- parece que estuvieran deseando que la crisis nos alcanzara, [?] están deseando como que nos vaya mal. Y lo que nosotros tenemos que convencer y persuadir a nuestras sociedades es que nos va a ir bien porque vamos a trabajar por el bienestar de los pueblos y en contra de las corporaciones que solamente quieren su beneficio sectorial”.

Clarísimo: la única verdad es la realidad, como la acción del Estado. O como práctica social, si la modulación fuera marxista. Para esta perspectiva, la subjetividad y su proyección política, el derecho a la libertad de expresión, son ideologemas, espejismos, ficción burguesa.

Como quedó expuesto en Montevideo, la Presidenta profesa una visión autoritaria según la cual las audiencias son masas susceptibles de ser manejadas como fuerzas físicas a través de los mensajes que reciben. En consecuencia, pretende ser ella, con el 54% de los votos, quien ejerza esa conducción, y no los medios de comunicación, que obedecen a intereses corporativos. La solicitud fue primaria, pero sincera: debe ser ella -o Hugo, o Rafael, o Evo, según el caso- la que oriente las expectativas separando lo verdadero de lo falso. ¿Cuál es el peligro, si siempre lo hará por el bien de los demás?

La presunción de que el periodismo es un vocero de intereses reaccionarios está muy arraigada en Cristina Kirchner. En los albores de su enfrentamiento con el grupo Clarín, durante el conflicto con el campo -es decir, cuando ya habían pasado 5 años de la llegada de su esposo al poder-, ella caracterizó a los editores como “los generales multimediáticos que sustituyen a los tanques para acompañar un lockout al pueblo”, similar al que los mismos sectores habían realizado en 1976.

Al cabo de casi cuatro años, la creencia de que la prensa es el instrumento de un complot corporativo sigue siendo un dogma oficial. Sólo si se advierte esa premisa se alcanza a interpretar la nueva acumulación de recursos normativos de la Casa Rosada.

Es posible que Cristina Kirchner quiera hacer tronar el escarmiento sobre aquellos que en algún momento la enfrentaron. El control sobre el acceso de los diarios al papel es simultáneo con la estatización del Registro del Trabajador Rural, pensada para castigar a la dirigencia agropecuaria. Y los senadores peronistas que votaron contra las retenciones móviles -Reutemann, Romero, Negre de Alonso, Escudero y Rodríguez Saá- fueron expulsados de las comisiones relevantes.

Sin embargo, estos movimientos son más que un desquite. Miran al futuro. En el imaginario de la señora de Kirchner hay un enemigo cuya racionalidad es tan perfecta que hasta puede infiltrar el propio campo. Son “las corporaciones”. El dispositivo regulatorio montado en estos días es preventivo. En el mediodía de su poder, la Presidenta se propone desbaratar la hidra de siete cabezas que, ante la menor fragilidad, volverá a atacarla. Es una fantasía muy operativa.

El oficialismo define el universo de las corporaciones según las circunstancias, lo que hace dudar sobre su capacidad para pensar un proyecto de largo plazo. Los productores agropecuarios son socios vitalicios; los industriales entran o salen según escupan o no hacia el cielo; en los últimos meses se han agregado los banqueros y, hace semanas, los sindicatos y las grandes productoras de hidrocarburos. La concentración de poder en manos de Guillermo Moreno asegura que no habrá giro alguno hacia el mercado. Al contrario, habrá un avance sobre el sector privado entendido como un bloque corporativo. Amordazar al periodismo, al que la Presidenta ve como el instrumento de ese bloque, es sólo un paso en esa marcha. (La Nación/Agencia OPI Santa Cruz)

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