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El sencillo arte de simular de un candidato

El sencillo arte de simular de un candidato
05/08 – 11:00 – Estamos cansados de escuchar a la clase política que miente para llegar, pero mucho más graves es verlos en gestión y corroborar que no saben qué hacer ni cómo hacerlo. Es como si dos realidades se constataran. De “opositor” todo parece tener solución y no hay imposibles. Ya en funciones comienzan a “sorprenderse”, a justificarse por “la herencia recibida”, por la “magnitud del desastre” y a tapar con mentiras lo que no pueden sostener con gestión. Esto no es culpa de ellos, es de la sociedad poco exigente, que construye ídolos y candidatos sin pedirles sinceramiento ni curriculum. No olvidemos que hay concejales, diputados y senadores que nunca han trabajado en su vida privada, buscan la política para “salvarse” y son elegidos para legislar (nada menos). (Por Rubén Lasagno)

La política es el combustible de la democracia, es la razón misma de su existencia, su esencia; no se puede concebir un sistema democrático sin el ejercicio pleno de la política, el acto de que cualquier ciudadano pueda proponerse candidato y a su vez elegir las autoridades que administrarán el país como un consorcio. Pero es en ese tránsito, cuando aparecen las anomalías propias de este sistema imperfecto, pero único para organizar a los seres humanos que viven en comunidad en el mundo. Allí el sistema comienza a desdibujarse.

Estas anomalías van desde los autoritarismos, pasando por la corrupción, el desapego de los gobernantes a las leyes y a la Constitución y las sucesiones indefinidas de gobiernos que, como en el caso de algunas provincias y municipios, el mismo signo político, cuando no la misma persona y/o su esposo/esposa, pariente, amigo, hijo o socio, hacen del acto de gobernar una carrera de posta. Este tome y daca, en el que transforman al acto sublime de gobernar, es un tumor que carcome a la democracia en sus cimientos y genera corrupción, sentido de la apropiación, megalomanía y soberbia en los gobernantes y potencia la banalización de la política y la construcción de pequeños (luego grandes) déspotas.

Pero yo quiero centrarme en un elemento crucial de la política argentina, que es prácticamente el estadio embrionario de una enfermedad, la cual con el tiempo, nos va a alcanzar como sociedad y es necesario diagnosticar tempranamente para liberarnos de sus peores males: la ineficacia, ineficiencia e ineptitud de los políticos, que llegan a ser candidatos por cualquier cosa, menos por capacidad, sinceridad y aptitud para gestionar un municipio, una provincia, un país o desempeñarse en una banca en el Congreso o bien en la Legislatura o un Concejo Deliberante.

Lamentablemente, los votantes descubrimos a los inútiles y corruptos, cuando ya están apoltronados en sus cargos y se aseguran que por cuatro años, como mínimo, su status no será alterado, excepto circunstancias extremadamente insostenibles, que los lleven a sufrir situaciones extraordinarias (De la Rúa, Cantín, Acevedo, solo por poner algunos ejemplos conocidos) o el desprecio masivo y el rechazo de sus propios votantes en las urnas (Menem, CFK, Córdoba, Peralta, por citar otros), pero siempre tras los hechos consumados. Como sociedad aún no hemos aprendido a desplegar las alertas tempranas para aplicar las curas preventivas, es decir, deshacernos de ineptos, mentirosos y oportunistas, en las urnas, no después.

Tal como la vacuna contra la gripe, nos asegura que determinados virus serán rechazados por el organismo y no nos vamos a enfermar, las campañas políticas deben ser esos laboratorios donde encontremos los anticuerpos que nos permita al ciudadano común, blindarnos de estos tumores, los cuales, con el tiempo, crecerán sin que nadie sepa qué los está alimentando, cuando en realidad, la etiología del fenómeno, debemos buscarla dentro de nosotros mismos y no afuera, como solemos hacerlo, recurriendo a la idea exculpatoria de que las cosas nos pasan por responsabilidad del otro, nunca por la nuestra.

De acuerdo a la Constitución, cualquier ciudadano puede ejercer plenamente el derecho de elegir y ser elegido en nuestro país. Dicho así, este principio humano universalista es absolutamente maravilloso, pero conlleva una falacia muy peligrosa, si los mecanismos de selección no se sustentan en los principios de capacidad, ubicuidad, decencia, trabajo, respeto a la Democracia, honestidad intelectual y sentido de la responsabilidad ciudadana. ¿Cómo lograr que tantos millones de votantes, coincidan en seleccionar lo mejor, a veces de lo peor, que hay en la oferta electoral?. Imposible. Lo que nos remite, entonces, a forjar un criterio de selección en base a ciertos indicadores preexistentes, lo cuales, si bien no nos van a dar garantía total de certeza, al menos nos pueden orientar en juzgar las capacidades primarias de aquellos a los cuales les vamos a confiar nuestro futuro en los próximos tiempos.

¿Cómo podemos, los argentinos (entre otras cosas), elegir para que nos representen en una legislatura o en el Congreso, a personas que ni siquiera tienen antecedentes laborales, cuando se dice que el trabajo dignifica y es el factor primario que ennoblece y jerarquiza a cada uno como persona?. Eso habla mal de nosotros como sociedad y no solo del sujeto como un oportunista (que lo es).

Estamos acostumbrados que en la actualidad, cualquier chanta emerge en la política, a veces por hechos que no tienen nada que ver con el contexto y el propósito, se afianza y una vez que desembarca, difícilmente no haga de eso su medio de vida en el futuro, cuando no el de su familia, algún hijo, esposa o sobrino, que suelen comenzar como “asesores”, filtrarse entre los dineros públicos que sirven para generar estos parásitos y en un determinado momento, fluyen “naturalmente” como candidatos “a algo”, sin otro mérito que se “hijo de”, amigo, esposa/marido o simplemente un paciente “militante” que supo hacer la cola y esperar su debido tiempo, a veces a costa del desgaste de los eternos que nacieron y mueren siendo chantas de la política, quienes jamás se preocuparon por recuperarse de tal afección y otros, que lograron destacarse. De esto no escapa nadie; todos en política actúan de la misma manera. La excepción a la regla es la honestidad, rara avis entre la clase de marras.

Pero estos elementos políticamente disonantes no son extraterrestres; son productos de nuestra sociedad, por lo tanto, antes de culpar a otros, pensemos lo que nos pasa como individuos y como colectivo. Analizándonos introspectivamente, busquemos el remedio. A partir de la autocrítica, lisa y llanamente el reconocimiento de nuestra enfermedad, propongamos la cura y ésta debe centrarse en el antes y no en el después. Ergo: ver y analizar al candidato. Elegirlo o desecharlo, como una fruta en la góndola. Exponerlo con errores y virtudes, pero básicamente, exigirle que rinda un examen exhaustivo previo y deje de engañar al electorado con frases hechas, promesas y anuncios de circos itinerantes y locuaces discursos sin contenido.

Regularmente el candidato dice lo que nosotros queremos escuchar; difícilmente diga lo que va a hacer y cómo lo hará. Pero lo más grave aún no es eso, sino que no sabe cómo hacerlo ni qué hará. Lo vemos año a año, elección tras elección. Esto les permite montarse en un discurso per se, que suena lógico pero no tiene ningún tipo de respaldo y más grave es aún, cuando el candidato ha peleado por esa candidatura durante muchos años y al obtenerla, confirmamos que su gestión es un rotundo fracaso. Esto, claramente, marca un distanciamiento entre las promesas y la realidad, lo cual delata su poca honestidad intelectual cuando, ya en el poder, se muestra tal cual es y esa imagen nos devuelve a un sujeto lejos del que conocimos “en batalla” por el poder. La mayoría de las veces, cae presa de los mismos defectos que sus antecesores o a veces resultan peores.

Suelen aparecer atribulados, sin iniciativa, desesperados por la coyuntura, sobrepasados por “la realidad”, excusándose ante sus votantes con frases como “era peor de lo que imaginábamos”, “desconocíamos este grado de corrupción”, etc, como si aspirar a un cargo electivo fuera una acción lúdica de imaginación y acertijos y no una certeza, sustentada en estudios previos de la realidad política y social, que le permita redefinir los problemas y las soluciones, antes de llegar al cargo y no desayunarse con los problemas, después de la ceremonia de jura.

Esto sucede por dos cosas; primero porque el mensaje político es perfectamente asimilable con lo ideal, cuando uno es oposición y no tiene responsabilidad de gestión y dos porque todos llegan por la inercia social y una mayoría por los acuerdos partidarios, sin tener la preocupación de prepararse, estudiar, sincerarse y demostrar previamente nada. Si a esto le agregamos los sistemas de elección indirectos y truchos como la Ley de Lemas, el combo cierra perfectamente: cualquiera puede ser cualquier cosa, en un país donde la honestidad y la excelencia son bienes de cambio, con poco o escaso valor nominal.

Y acá está la responsabilidad de los medios de comunicación. Lamentablemente, nuestra realidad no escapa a la media de la política y la sociedad en que vivimos y los periodistas y dueños de medios, en un gran porcentaje, solemos cortarle las patas a la verdad y promover la autocensura, especialmente durante las campañas políticas, cuando la plata de las campañas riegan las Redacciones de algunos diarios y radios y abulta los bolsillos de quienes viven simulando ser profesionales del periodismo, casi en concordancia con aquellos que simulan ser políticos. Lo que se expresa en los medios, entonces, no es lo mejor institucional y políticamente para un municipio, la provincia o el país, es lo mejor pago. Y eso no es garantía de nada. La crítica está ausente, las denuncias no existen y las investigaciones sobre cada candidato parecen ser “mal vistas”, abortivas y desestabilizadoras.

Debemos repudiar y condenar social y políticamente a los chantas que se enteran que una gestión está en terapia intensiva, recién cuando asumen, transformando la realidad que todos conocíamos hace tiempo, en una excusa para justificar su pobre desempeño en el cargo. Debemos exigirle a los candidatos, precisiones en la futura acción de gobierno en materia económica, social, educativa y de seguridad, pero no quedarnos con sus palabras y hacerles firmar un contrato social del cual no pueda apartarse y si lo hace, sufra las consecuencias. ¿Llegará ese día que la sociedad madure tanto, que pueda impermeabilizarse de ociosos, chantas y ladrones, no solo de los dineros síno ya de la fe pública?.

A nadie se le ocurre ponerse bajo el bisturí de un cirujano, si previamente ese médico no ha hecho los estudios preliminares de la enfermedad, no cuenta con el diagnóstico certero y la forma en que va a remediar nuestra dolencia. De la misma manera debemos alejar a los chantas de la política, quienes se promocionan como grandes reformadores políticos y terminan siendo los mejores operadores funcionales del sistema más perverso y denigrante establecido, que retrasa lo que debiera ser el crecimiento madurativo de la democracia a la que ponen en riesgo.

Debiera haber una “escuela de políticos”, ¿Por qué no?, un lugar donde quienes quieran llegar a administrar la cosa pública, se empapen de conocimiento en diversos temas específicos y hasta en cultura general, muchos de los cuales, adolecen. La “clase política” es “clase” a partir de la diferencia económica que hacen en el poder, de donde saben precisamente que no los van a sacar, no son diferencia de “clase” por ser mejores, más lúcidos, por estar ocupados en mejorarle la vida a la sociedad y preocupados por retirarse del cargo con la frente en alto y no temiendo circular por los juzgados.

Es necesario que a todo candidato se lo radiografíe personal y públicamente, para saber qué fue, qué dice ser y qué puede llegar a ser. No podemos seguir creyendo que por ser un exitoso empresario puede ser un buen gobernante, que por haber sido un gran deportista se puede desempeñar muy bien en el Congreso o por ser un periodista de buena pluma, como político será una revelación. Debemos dejar de conjeturar y crear ídolos con pie barro, existencias ideales que no se sustentan por sí mismos. Tenemos que exigir compromiso, un plan verdadero, una visión clara y estratégica de los objetivos, de la política en general y un conocimiento extremo de lo que pasa en un municipio, provincia o país, como condición previa a su postulación y luego, la firma de un contrato social que no pueda romper una vez que asuma, sin pagar el costo político de ser removido por mal desempeño de sus funciones e incumplimiento de la ética pública.

Es necesario, entonces, que se agilicen los mecanismos para la “Revocatoria de los mandatos”, es decir, el mandato político por el cual los ciudadanos pueden dar por terminado el conferido en las urnas a un gobernador, intendente o legislador, al no haber cumplido las expectativas de gestión, honestidad y capacidad para el cargo, en el cual fue elegido.

Si como sociedad no hacemos algo al respecto, seguiremos teniendo la clase de gobernantes que nos merecemos; ésta, que después de asumir descubre el mundo real y despiertan a sus verdaderas frustraciones, arrastrándonos a todos al abismo, como le sigue pasando a Santa Cruz y en cierta parte, al país, donde en más de 30 años de democracia no hemos podido combinar el voto con la eficacia y solo compramos mentiras y corrupción, que terminan por destrozar las esperanzas de cualquier votante. Han logrado que todo dé igual y como pasó en diciembre, se vote a cualquiera con tal de sacar a la mafia enquistada que asoló la Nación por más de una década; se elija al “menos malo” o a personajes envueltos en papel de regalo, por hábiles profesionales de la comunicación, quienes logran engañar a la sociedad hasta con simples frases de spots baratos, como si vendieran bijouterie o lapiceras, en un vagón de Retiro.

Es nuestra obligación reconocer a los chantas y denunciarlos. Exigirles más allá de lo que puedan demostrar y enseñarles que entrar en política debe ser un acto vocacional y de construcción colectiva y no una prebenda partidaria, un favor de familia o el aprovechamiento de una oportunidad que le da la vida, para trepar al podio de los elegidos y en muchos casos, conseguir el primer y único gran trabajo bien pago, que les da este bendito país, sin pedirle nada a cambio, ni siquiera ir a trabajar al Congreso, como es el caso de Máximo Kirchner y los otros cuatro diputados de Santa Cruz. (Agencia OPI Santa Cruz)

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4 COMENTARIOS

  1. ¡Sencillamente, de pié, aplaudiendo!…
    Este es un tratado de la realidad argentina, magistralmente escrito/pensado para aquellos que votamos, los que estudian ciencias políticas, psicología, psiquiatría, sociología. Imprescindible lectura. Mis respetos.

  2. Como primera medida, se debería implementar la tacha en los boletas de los candidatos, para sanear lo bueno de lo malo, y que no votemos cualquier corrupto como ha pasado a lo largo de esta democracia, que después de delinquir en nombre de ella se cagan en la justicia, justicia que es afin con el gobierno de turno

  3. EXCELENTE NOTA!! La cleptocracia, chantocracia y afines vienen minando la calidad de vida de nosotros los argentinos.
    La corrupción como la ineptitud se da en todos los ámbitos de la vida nacional.En lo público y en lo privado. En las distintas instituciones religiosas…
    Pero si seguimos contando con comunicadores como los de Opi, todavía podemos abrigar una pequeña luz de esperanza en que nuestra realidad mejore o al menos que no empeore.Felicitaciones a Opi

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