- Publicidad -

Venezolanos al límite: hambre y desesperanza del otro lado de la frontera

Venezuela: noche de saqueos y cacerolazos tras la protesta que dejó cuatro muertos
26/06 – 11:00 – Miles de personas sobreviven como pueden en Cúcuta y otras ciudades de Colombia, que cada vez recibe más inmigrantes; crece el rol de la Iglesia para asistir a los que perdieron todo

Por: Daniel Lozano
“Yo me voy a quedar en Cúcuta, aunque no me quede ninguna plata para guardar. Aquí mi hija come y tiene pañales. En Venezuela solo comíamos plátanos y auyama [calabaza] y sus pañales eran de trapo.” José Muñoz tiene 27 años y es de Barinas, la cuna de la revolución, donde trabajaba en la construcción.

El joven venezolano carga hoy en sus brazos a su hija, Kelyángel, de siete meses, con un ojo mirando a quién puede vender uno de sus chupetines y con el otro oteando el horizonte para que no le caiga encima la policía. Normalmente su mujer se encarga de ella, pero Carmen Castillo, de 23 años, también está vendiendo unos cuantos semáforos más adelante. José puede sacar tres dólares limpios al día, y tan contento, pese a que él y su familia resisten amenazados por la mendicidad.

“Solo vivimos esperando que cambien ese gobierno, han saqueado Barinas y han saqueado Venezuela”, resume Muñoz con tristeza, pero sin una migaja de odio. Al igual que miles y miles de sus compatriotas, sobrevive como puede en las calles de la capital colombiana más importante de la frontera. Esta ciudad es hoy paradigma de la tragedia venezolana, el espejo donde se miran quienes llegan a sus calles desesperados, hambrientos, sin otra cosa que la esperanza. Una ciudad abatida por una crisis humanitaria que sus gobernantes no quieren reconocer por miedo a no saber cómo enfrentarla.

No existen estadísticas fiables de cuántos venezolanos malviven hoy en la frontera, pero el representante colombiano en la OEA dijo la semana pasada que 20.000 venezolanos atraviesan todos los días los más de 2000 kilómetros de frontera entre los dos países. La mayoría regresa a las horas o a los días, tras comprar los alimentos que no encuentran en su país. Pero varios miles se quedan en Colombia y por lo menos un 20% de ellos, los más desesperados, lo hacen en Cúcuta. Investigadores afirman que en Colombia ya viven al menos un millón de venezolanos.

El padre colombiano Hugo Suárez entona una oración para pedir “por la paz de nuestros hermanos venezolanos”. La situación es tan extrema, “mientras los políticos hablan y hablan”, que a los creyentes solo les queda invocar el poder divino y arremangarse dispuestos a contener la ola de la desesperanza que amenaza con inundar Cúcuta y el Norte de Santander.

“Estamos en zozobra y caminamos hacia el caos”, explica el padre Suárez ponderando sus palabras. No han pasado todavía un mes desde que su parroquia de San Pedro Apóstol y la diócesis inauguraron la Casa de Paso, muy cercana al famoso puente Simón Bolívar, para regalar un almuerzo diario “porque atraviesan la frontera hambrientos y llegan hasta aquí pidiendo comida”. El comedor, que era mensual, ha pasado a llenarse todos los días, dependiendo de donaciones y de solidaridad. El día que más consiguieron se ofrecieron 1700 platos de comida, con una media en estas semanas de 500. Gente de paso, que come y se va y que no vuelve.

“Estoy admirada, las bodegas están aquí llenas de alimentos, es una bendición”, exclama atónita una mujer que pareciera haber llegado de otro mundo hasta la Casa de Paso. Pero no, es venezolana, el país bendecido con las mayores reservas de petróleo del planeta, las más grandes de oro del continente y las terceras de gas y coltán.

La Iglesia Católica y voluntarios colombianos y venezolanos se han convertido en el batallón de los primeros auxilios. Los ecos de su labor, titánica, llegaron hasta Roma. A través del obispo del Norte de Santander. “El papa Francisco nos ha felicitado y nos ha bendecido”, dice padre.

Los desheredados de la revolución caminan las calles sin rumbo definido, ni siquiera saben las exigencias legales y las dificultades que van a encontrar. Vendedores de golosinas y agua, malabaristas, limpiacristales y fruteros improvisados con acentos caraqueños, zulianos, llaneros y hasta de Punto Fijo, la península situada a casi 800 kilómetros de Cúcuta. Como Juan Manuel Sánchez, que era chef internacional, y Jaiker Salas, estilista en Yaracuy. Como Félix Sánchez, operador de buques de la armada, y Eneida Oviedo, técnica de laboratorio.

El gota a gota migratorio del año pasado se ha convertido en las últimas semanas en un diluvio. “Solo un ciego puede minimizar lo que aquí ocurre”, resume el padre italiano Francesco Bortignon. Su fuerza lidera a un grupo de sacerdotes y voluntarios al frente de la Casa de la Migración, de varias escuelas y del comedor de urgencia para chicos inaugurado hace unos días en uno de los barrios marginales junto al aeropuerto.

En las Comunas 6 y 7 los venezolanos están levantando sus vidas en ranchitos peores de los que dejaron más atrás. Una “situación límite, pero si las cosas cambiaran en su país, te aseguro que el 80% volvería corriendo”, sentencia Bortignon.

Denuncian agresiones a periodistas

El principal sindicato de periodistas de Venezuela denunció ayer que 376 reporteros han sufrido agresiones durante casi tres meses de protestas contra el presidente Nicolás Maduro, la mayoría por parte de militares y policías. “Entre el 31 de marzo y el 24 de junio, 376 trabajadores de prensa han sido agredidos en 238 casos documentados”, de los que las “fuerzas de seguridad son responsables de 170”, precisó la organización en Twitter. El Sindicato Nacional de Trabajadores de la Prensa (SNTP) contabiliza igualmente 33 “detenciones ilegales” de trabajadores de medios de comunicación. Las protestas opositoras han derivado en disturbios con un saldo de 75 muertos y más de un millar de heridos, según el balance de la fiscalía. Aunque a solicitud del Ministerio Público los tribunales aceptaron “medidas especiales de protección” en favor de los periodistas, las denuncias de ataques a reporteros por policías, militares y manifestantes han sido constantes. (La Nación)

spot_img

Suscribité al Newsletter

Más Noticias

- Publicidad -spot_img

Más Noticias

1 COMENTARIO

  1. En la Argentina estamos siendo invadidos por inmigrantes venezolanos. En la empresa de sistemas donde trabajo, es común todos los viernes que haya medialunas de grasa y manteca. Hay que estar alerta, porque los empleados venezolanos son los primeros en enterarse cuando llegan las medialunas, y tienen más hambre que el Chavo del 8. Empleados de otras nacionalidades no son tan mal educados.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí