En los países emergentes, el virus también se ensaña con los jóvenes

Actualización epidemiológica de Santa Cruz de las 12hs del 29 de abril 2020

Por: Terrence McCoy

Cuando el coronavirus llegó a Brasil y se pidieron médicos voluntarios para trabajar en las salas de terapia intensiva, Isabella Rêllo sopesó los riesgos. Tenía 28 años, vivía sola y no tenía enfermedades previas. Así que cuando los médicos mayores tuvieron que retroceder de la primera línea de combate contra el Covid-19, la pediatra dio un paso al frente.

Al poco tiempo, ya estaba atendiendo a decenas de pacientes con coronavirus. Pero no eran el tipo de paciente que ella esperaba. Casi la mitad de la gente que veía eran jóvenes, y muchos se morían. El relato que se había instalado en la conciencia global durante los primeros meses de la pandemia -que el virus perdonaba a los jóvenes y se ensañaba con los viejos- no era lo que estaba pasando en Brasil. Los jóvenes corrían riesgo. Ella corría riesgo.

“Uno de los pacientes era un joven de aparente buena salud, pero estaba tan grave, con tantas complicaciones, que pensé que podía ser yo, o uno de mis amigos”, dice Rêllo. “La velocidad con que esta enfermedad mata a la gente, incluidos los jóvenes, fue un shock terrible”.

A medida que el coronavirus redobla su embate contra los países emergentes, el perfil de sus víctimas empieza a cambiar: aquí los jóvenes mueren de Covid en proporciones inéditas para el mundo desarrollado, una evolución de los acontecimientos que reconfirma la naturaleza impredecible de la enfermedad mientras perfora nuevos paisajes culturales y geográficos.

En Brasil, el 15% de los muertos tienen menos de 50 años, diez veces más que en Italia o España. En México es todavía peor: casi el 25% de los fallecidos tienen entre 25 y 49 años. En la India, este mes, casi la mitad de los muertos tienen menos de 60 años.

En el estado de Río de Janeiro, casi el 70% de las hospitalizaciones fueron de menores de 49 años. “Es territorio inexplorado en comparación a lo ocurrido en otros países”, dice Daniel Soranz, exministro de Salud de la ciudad brasileña.

Para los analistas, esos datos sugieren que muchos de los problemas de arrastre del mundo emergente -pobreza estructural, extrema desigualdad, sistemas de salud precarios- aumentan la vulnerabilidad.

George Gray Molina, economista en jefe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, dice que la pobreza es un disparador de “efectos acumulativos”. Como en el mundo emergente la densidad poblacional es mucho más alta y una porción mayor debe seguir trabajando para sobrevivir, también es mayor la proporción que termina expuesta al virus.

El virus, por lo tanto, contagia a una población menos resiliente. La población del mundo emergente no solo sufre las enfermedades asociadas con la pobreza (malaria, dengue, tuberculosis, sida), sino que también sufre con creciente intensidad las asociadas a países ricos (diabetes, obesidad e hipertensión). Cuando un paciente con enfermedades preexistentes se contagia, termina además en hospitales sobrecargados y sin equipamiento para atender la avalancha de enfermos.

Cuando el coronavirus llegó a Brasil, era una enfermedad de ricos, traída por quienes regresaban de Estados Unidos y Europa, que circulaba entre los más pudientes y sus contactos. El Río de Janeiro Country Club, uno de los clubes más exclusivos de Brasil, situado sobre la playa de Ipanema, sufrió un brote arrasador.

Domingos Alves, científico de datos de la Universidad de San Pablo, rastrea el virus desde el comienzo. Al principio, el patrón que seguía la enfermedad en Brasil era un espejo de lo ocurrido en el mundo desarrollado: morían casi exclusivamente adultos mayores. Los hospitales privados se llenaban de pacientes con Covid y todo aquel que necesitaba ser internado conseguía cama.

Pero a principios de abril, cuando el virus empezó a entrar en las favelas de San Pablo y Río de Janeiro y los hospitales públicos empezaron a llenarse, Alves advirtió una brusca alteración. Cada vez eran más los jóvenes internados, y morían personas de menos de 49 años. La enfermedad se iba filtrando hacia la base de la pirámide demográfica; el perfil de sus víctimas estaba cambiando.

“Nuestro país está hecho de varios países más chicos”, dice Alves para graficar el complejo panorama. “Cuando uno camina por Río de Janeiro, ve zonas que parecen Suiza y otras que parecen el Congo, todo en la misma ciudad”. (La Nación)

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