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El plan de campaña en medio de una tragedia nacional

Alberto Fernández en Mendoza

Según publica La Nación El kirchnerismo se unifica y sueña con una “tormenta de vacunas” que cambie el humor social antes de las elecciones; la guerra a los precios y el difícil cuadro de la oposición.

Por: Martín Rodríguez Yebra

Alberto Fernández suele decir que su vida como presidente ha sido como “caminar en un terremoto” porque “el piso se te está moviendo permanentemente”. Es su forma de retratar lo que significa gobernar en pandemia, pero algo del subconsciente se cuela en la metáfora elegida por un líder que sufrió en un año y medio un incomparable desgaste interno. Los desafíos cotidianos a su autoridad moldearon una gestión imprevisible y a menudo ineficiente para responder a un presente trágico.

El Frente de Todos resultó hasta ahora un dispositivo fallido para gobernar, pero busca probar que sigue siendo un instrumento electoral exitoso. Cristina Kirchner demostró en los últimos días que conserva los reflejos intactos para saber cuándo pausar las guerrillas entre los propios y alistarse para la campaña. Fernández ejerce otra vez de ejecutor fiel de los planes de ese colectivo con una conductora indiscutida.

“La orden bajó alta y clara. Basta de peleas y operaciones entre nosotros. Foco y acción”, retrata un hombre de peso en el oficialismo, acostumbrado a sufrir en el fuego cruzado entre el kirchnerismo duro y los habitantes del equipo presidencial.

El punto de largada de la campaña encuentra el Gobierno en el peor momento de imagen de la gestión, con una sociedad en extremo pesimista sobre el futuro económico y que mira con angustia la cuenta de muertos por el coronavirus (más de 10.000 en 20 días). El miedo a perder es sabio: la unidad del peronismo es la condición número uno para encarar la temporada electoral.

La segunda es conseguir vacunas. En los últimos días, embriaga al gobierno nacional y al de la provincia de Buenos Aires la esperanza de una “tormenta de dosis” que permita tener a una enorme porción de la población inoculada antes de votar.

Los partes de prensa del Gobierno están llenos de fotos de bodegas de avión con cajas de vacunas y ciudadanos felices con motitas de algodón en el hombro. En junio esperan que se regularice el arribo de las AstraZeneca que fabricó Hugo Sigman en Escobar y que se mandan a México para su envasado. Las que debieron estar en enero. Y el Presidente tiene la promesa de que para julio comenzará a operar la planta de Richmond que despachará dosis de Sputnik V. Axel Kicillof se sumó al operativo al pactar con la farmacéutica india Bharat Biotech la eventual compra de la vacuna Covaxin, atada a mil condicionantes (desde barreras aduaneras hasta la aprobación regulatoria de la fórmula). En el fragor de la semana se llegó a analizar el anuncio de un acuerdo con Cuba para acceder a la Soberana, pero se optó por esperar.

El caso Pfizer

Las promesas buscaron tapar el ruido incesante del caso Pfizer, un pecado original del que el Gobierno no consigue redimirse. Hacía tiempo que el oficialismo no vivía horas tan agitadas como las que vivió la madrugada del miércoles, después de que el directivo de la alianza Covax dijo en público que la Argentina había rechazado acceder a dosis del laboratorio norteamericano. La velocidad con la que desmintió todo la ministra Carla Vizzotti fue proporcional a los niveles de furia que reflejaban los chats entre la residencia de Olivos, la casa de la vicepresidenta y La Plata.

La fallida negociación con Pfizer y las complicaciones inesperadas con AstraZeneca impidieron el inicio del plan de vacunación en el verano, a tiempo de atenuar el golpe infernal de la segunda ola. El costo de ese fracaso se cuenta en vidas y destrucción económica.

La incógnita inconfesable en el Gobierno es si un acelerón en la aplicación de dosis alcanzará para lograr un “Indulto social” en las elecciones. Las encuestas siguen reflejando el notable cambio de percepción sobre la gestión de la pandemia entre aquellos que fueron vacunados y quienes todavía esperan la inyección protectora.

El mes adicional que consiguió el oficialismo en el Congreso al aprobarse la postergación a septiembre de las PASO significó un alivio importante para el Frente de Todos. Si la realidad lo impone, se reserva la bala de plata de cancelar las primarias y votar directamente en noviembre.

Entramos en el terreno en que las encuestas mandan. El Gobierno no tuvo freno para rechazar de un día para otro la sede de la Copa América que Fernández pedía celebrar completa en la Argentina cuando constató que a la enorme mayoría de la población (desde cristinistas a macristas) consideraba irritativo semejante evento en medio de las restricciones a la circulación y al trabajo que impone la crisis sanitaria.

Con vacunas no alcanza

La opinión pública es sensible a la vacuna, no hay dudas. Pero es una constante de todas las mediciones que la mayor preocupación social en estos momentos es la inflación, a lo que se suma el miedo a perder el empleo y a caer en la pobreza. En el Frente de Todos reversiona la famosa expresión de Alberto Fernández en 2019 sobre el papel de Cristina en el peronismo: “Sin la vacuna no se puede, pero con ella sola no alcanza”.

El riesgo de apostar solo a un pleno está a la vista: países como Chile o Uruguay, donde el programa de vacunación funcionó con menos contratiempos, siguen sufriendo récords de contagios y de privaciones.

Al grupo político que llegó al poder con la promesa de heladeras llenas y asado para todos lo interpela la frustración de sus propios votantes. La pandemia es un atenuante apenas. Lo describe un intendente kirchnerista del conurbano: “Nuestro votante es el tipo que no tiene para comer, que ve cómo los precios suben sin parar y al que nosotros le decimos que se tiene que quedar en casa. Nos viven puteando”. La expresión habitual con la que se chocan en los barrios populares o de clase medio baja es aquella que alguna vez incomodó en público a Mauricio Macri: “¡Hagan algo!”.

A esa queja intenta responder Kicillof, con la complicidad de Cristina y de Máximo, cuando presiona por imponer un programa económico de corto plazo. La guerra de las tarifas eléctricas está terminada. El Presidente aceptó públicamente el aumento único del 9% que defendía el subsecretario camporista Federico Basualdo.

El desautorizado Martín Guzmán se resignó. No solo eso: agradeció la generosidad del líder de La Cámpora por haber creado y pagado el impuesto a la riqueza. Y peregrinó a La Plata para exhibirse alineado con Kicillof, cada vez más cómodo en el papel de cogobernante de la Argentina.

Ahora Guzmán ve avanzar un plan para fijar un congelamiento más amplio de precios de cara a las elecciones. No se percibe otra política en curso para detener el alza inflacionaria, de enorme poder destructivo en una economía que va a tener un crecimiento mucho menor al planificado a raíz de los confinamientos. Cristina pidió también ser “más generosos” con los aumentos salariales, como transmitió con su decisión junto a Sergio Massa de darle un 40% a los empleados del Congreso. Queda por ver si se animará a hacerlo extensivo a los legisladores. Se aguardan encuestas.

El presupuesto es una obra en construcción. El gasto aumentará de manera significativa en infraestructura y subsidios sociales para atravesar un invierno de baja actividad por los confinamientos intermitentes. En el Instituto Patria crece la presión por compensar por el lado de los ingresos, con subas de impuestos a los sectores de renta alta (bienes personales e incluso ganancias). Los dólares de la supersoja han sido el mejor regalo del 2021, pero se agotan en julio. Muy lejos de la meta electoral.

El discurso oficial también se alineó con respecto a la deuda. El FMI es mala palabra y la posibilidad de un default con el Club de París es cada vez más factible cuando se venza a finales de julio el período de gracia para cumplir con la cuota pendiente de 2400 millones de dólares.

La ventaja que da la oposición

El Frente de Todos dio una muestra de realismo político al abroquelarse ante la inminencia de las elecciones y la asunción de la agenda envenenada que enfrenta. Encuentra un respiro cuando mira a la vereda opuesta.

Juntos por el Cambio, y más precisamente el Pro, experimenta una disputa feroz que le impide capitalizar la caída del Gobierno en la consideración pública. Detrás de los dardos de Patricia Bullrich a María Eugenia Vidal y la resistencia de Jorge Macri a que Diego Santilli desembarque en la provincia de Buenos Aires se filtran las diferencias de fondo entre Horacio Rodríguez Larreta y Mauricio Macri por la orientación futura del proyecto que se propone reemplazar (otra vez) al kirchnerismo.

Los opositores sufren la falta de un liderazgo claro, como el que Cristina ostenta en el oficialismo. La lapicera no tiene dueño. Tampoco cuentan con la ventaja que da el Estado para ordenar un cierre de listas. Les pasa en distritos que tienen a la mano para ganar, como la Capital y Córdoba, y otros que requieren una estructura fuerte para ganar, como Buenos Aires o Santa Fe. La opción de ir a una PASO de momento está a la mano, pero se percibe como riesgosa.

“Es difícil defender la idea de que la democracia está en juego y que nos matemos entre nosotros por un cargo. No sea cosa que terminemos como los opositores de Venezuela, estéril mientras el régimen avanza”, se sincera un dirigente de la primera línea cambiemita.

El Gobierno detecta el punto débil. Hubo una merma en los ataques a Larreta y un foco más claro en cuestionar a Bullrich. “A Larreta lo tenemos que abrazar cada vez que podamos”, dice un integrante del Gabinete.

Hay una convicción en el kirchnerismo de que “contra Macri es más fácil”, espejo de lo que el anterior gobierno sentía respecto de enfrentarse a Cristina. Necesitan acentuar las contradicciones.

A la oposición le falta aún construir un discurso. Hay insistentes advertencias internas sobre la inconveniencia de centrar la campaña en la falta de vacunas y en el caso Pfizer. Simple: las vacunas van a llegar y pueden quedar presos de una queja vacía. Es peligroso subestimar la memoria de pez del votante medio. Larreta lo vio desde un principio y emula al Gobierno en eso de recorrer vacunatorios y distribuir fotos de prensa.

El colmo de Juntos por el Cambio es terminar apoltronado en el banquillo de los acusados, donde intentó ponerlos el jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, en su visita al Senado cuando dijo eso de que “al final de esta pesadilla van a tener que rendir cuentas”.

Los muertos de la pandemia son de los que critican al Gobierno. El Presidente anuncia sin titubear que “Argentina se parece cada vez más a un país pobre” y acusa al capitalismo que “no ha dado buenos resultados”.

El kirchnerismo unido es experto en repartir culpas por las cosas que no le salen. Sus rivales enfrentan el desafío complejo de encontrar una propuesta esperanzadora y salir de la trampa de señalar al mago por el truco que tan a menudo deslumbra a su público. (La Nación)

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